-Neuquén…Paramos 10 minutos… anuncia la voz.
Venía dormitando, tanto ,que debí esperar el segundo aviso para darme cuenta que era real.
-Vamos, que se pasan los 10 minutos!...
-¿No me puedo quedar en el micro?
-No, porque vamos a cargar combustible. Todos abajo.
-¿Puedo dejar la cartera? Preguntó una señora muy gorda.
-Si señora, el coche queda herméticamente (?) cerrado.
Bajé a regañadientes. No quería ni siquiera, como dicen, estirar los pies. Estaba bien arriba. Caminé por un corredor largo atestado con un montón de negocios que no me interesaban y terminé sentado mirando una pareja besarse con bastante desparpajo para ser un lugar tan poco romántico.
Cuando mi reloj mental me insinuó que ya era hora, subí como un autómata al coche.
Ascendí último, lo que me llevó a pensar que fui un estúpido en perder tiempo en nada, y un afortunado en no haberme quedado en ese desolado parador a las afueras de la ciudad capicúa…“Hubieran vuelto”, imaginé.
El micro ya se estaba moviendo cuando yo rumbeaba hacia mi asiento. Me crucé con un muchachito con una pila de vasos de telgopor que me miró extrañado. Le devolví idéntico gesto.
-Usted no venía en este coche, me dijo ,frunciendo el seño.
Me quedé inmóvil. Desconfiando miré a mi asiento y un señor de saco y corbata estaba mandando mensajes desde su BlackBerry.
Bajé de un solo salto hasta el sector prohibido con alfombra roja al lado del co-conductor. Ya al tanto , el llamó a alguien por su Handy. No entendí nada de lo que le dijeron….nunca entiendo cuando hablan con esos equipos.
El vehículo fue disminuyendo su marcha hasta que paró en la banquina. Me bajé. Muy amablemente el chico de los vasos de telgopor me dijo que ya venía el otro coche para que suba.
Lloviznaba ahora, pero minutos atrás había sido una terrible tormenta. La ruta brillaba en medio de una noche alumbrada por la luna. Enfrente una modesta estación de servicio era el único signo de civilización cercano.
Mientras espero, casi pisando el asfalto, diviso un auto volcado unos metros adelante. No es reciente, las plantas crecieron alrededor. Y no es solo uno, son tres o cuatro. Extrañamente no me sorprendo demasiado.
Escucho ruido de motores y sin lentes debo hacer un esfuerzo para dicernir si es mi micro o no.
No…es un auto, creo que un Fiat viejo que viene muy rápido sobre el asfalto muy mojado. A metros de mí, patina peligrosamente en un charco grande. Es típico ese efecto de “flotar” y perder el control del volante. Una vez me pasó.
Estaba relativamente lejos como para que yo corriera riesgos, pero podría haber sido. Suerte, pensé.
Ahora si, con las balizas puestas y reduciendo la velocidad, ese monstruo de dos pisos, es mi salvación.
No llego a leer que destino está escrito en las letras intermitentes de leds rojas, pero sé inequívocamente que vienen por mí.
Y en ese preciso momento, a las dos treinta y seis de la madrugada, suena mi celular indicando un mensaje de texto. Al cabo de un par de minutos el sonido insiste, y es, en definitiva, el que me despierta.
Entre asustado y desorientado leo: “todo el día pensando en tus palabras escritas… y en las que no dijiste…”
Despierto de un sueño ….para entrar en otro.
Jorge Laplume
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