sábado, 18 de septiembre de 2010

Los Sentidos de Alicia



Debería decirse que para Alicia era todo nuevo.
Pero no sería verdad.
Tras la operación, después del tortuoso accidente, había muchas cosas que tendría que volver a aprender.
Atrás quedaban los últimos recuerdos visuales, los cuales, sin saber como, trataría de no dejar escapar, aprisionándolos con fuerza en algún rincón de su cabeza.
Ya el hecho estar con vida era el primero y más importante motivo para celebrar.
Ninguno de sus compañeros de viaje tuvo su suerte.
Durísimo fue el momento de contárselo… Nadie sabía como.
Algunos pensaron en que talvez una forma sería la de destacarle lo afortunada que había sido.
Pero también, y así como era Alicia, imaginaron que el hecho de salvarse ella en vez de los demás, no la conformaría.
Al permanecer en la clínica bastante más tiempo de lo previsto, a todos les dio un lapso mayor como para prepararse.
Su deseo era el de volver al negocio, aunque sea por un rato al día.
En el café-restaurante familiar se sentía como pez en el agua. Los sonidos, los olores y el cotidiano saludo de cada uno de los infaltables parroquianos le producían una mirada vivaz y esa sonrisa feliz, llena de dientes blancos y saludables.
Muchos solían decir que entraban únicamente para saludarla y verla, porque su sola presencia les iluminaba el día.
Fue difícil para todos, sin excepción, asumir que ese par de soles que eran sus ojos, no funcionaran más.
Hasta los más egoístas, los que solían ir a verla con la simple intención de ser mirados por ella, murieron un poco.
Alicia supo de su nueva situación casi al instante de despertar tras la cirugía.
Recuerda haber apretado los ojos con fuerza, cerrándolos, y como si de lagañas se tratara, abrirlos y pestañear rapidito sin lograr cambios en lo que le sucedía.
Pensó también en que podría ser estar encandilada, por pasar de tanta oscuridad a la luz del día…
-Doctor ¿Puede ser que todavía no este viendo? Sé que la anestesia, los remedios, incluso la operación en sí, suelen ser bastante traumáticas, pero… ¿no debería estar viendo ya?
Los que estaban presentes cambiaron su alegría incontenible por verla despertar por un gesto de dolor silencioso.
Alguno, sin decir palabra, se retiró aceleradamente sollozando por lo bajo.
-Mirá Alicia… tu accidente, todo lo que pasó en sí, fue grave. Es un verdadero milagro que estés viva. Si bien no me animo a decir que ya sea definitivo, te cuento que, por lo pronto, uno de los problemas, digamos, a resolver, es lo de la vista. No sé si querés que llame a la asistente, que es sicóloga, y que puede…
-No, no… Entendí. Fue muy claro y concreto… y se lo agradezco.
-No quiero que te pongas mal, el período post operatorio es largo y las esperanz…
-Ja ja, no doctor… no, en serio, le digo que está bien. Sé que quiere que no me altere, que sea paciente y que todo va a salir bien.
Solo un murmullo inentendible se apoderó del cuarto.
Alicia, como si estuviera viendo, instintivamente giró su cabeza hacia la ventana.
Afuera un atardecer perfecto en colores se privaba de ser observado por, tal vez, la personita que más los disfrutaba.
No pudo evitar un par de lágrimas, que muy sutilmente se refregó hasta secarse con la manga del pijama, para que nadie las notara.
Volvió hacia donde el pequeño grupo de los íntimos la acompañaba y con una aspiración profunda inició un juego sin saberlo.
-¡Lilas! ¡Son lilas! ¡Que aroma! Que alguien me las acerque, por favor. ¡Bendito sea el Señor, cuantos recuerdos me vienen a la memoria! ¿Estás acá Alberto?
-Si, Alicia, acá estoy.
-Decime, el día en el campito de la rinconada… ¿te acordás? ¿Que tendríamos? ¿Doce? ¿Trece años?
-Y… si… yo había arrancado con la secundaria ya… yo catorce… tenía el saco del colegio, me acuerdo…
-Si, si, entonces yo tenía trece… bueno… pasando la tranquera, al ladito del poste, había lilas… un manojo así de grande… lilas hermosas, perfumadas ¿Te acordás?
-No mucho… yo con las flores nunca fui muy… sí me acuerdo de que… -y se va a enterar tu papá ahora- ese día me hice la rata del colegio para escaparme con vos… No se enoje don Javier… éramos unos mocosos.
El papá de Alicia no dijo nada. Un nudo en la garganta lo ahogaba hasta la desesperación. Ella esperó escucharlo, pero él no podía hablar.
La mamá le sugirió que salga un rato, cosa que él rechazó, y mediante un simple gesto, le mostraba a todos que ya estaba mejor.
La enfermera pidió paso para acercarle una bandeja con una minúscula cena.
Como si su olfato se hubiese desarrollado de golpe, Alicia se percató de nuevos olores próximos a ella. Una mueca de placer fue previa a su intento de adivinar.
-¡Sopa! Mmmmm
-Muy bien, parece que la paciente se está recuperando…-expresó la encargada de la alimentación de los pacientes- Pero… ¿sopa de qué?
-A ver… a ver… de calabaza… y tiene queso… ¿acerté?
-Muy bien, te vamos a premiar con doble ración de postre.
Alicia evolucionó muy bien de casi todas sus complicaciones, excepto lo de la vista.
Mérito importante fue el plantel de médicos que se ocupaban de ella. Eran los profesionales más importantes que pudieron haber conseguido.
Hubo una gran alegría general en el pueblo el día que volvió.
Su continua e insistente premisa de ir al negocio la desvelaba.
Y sus padres y amigos no supieron como relatarles una parte de la realidad.
Javier, el día del accidente se había jurado salvarla (“Lo que sea por Alis, lo que sea… si me tengo que cortar una mano, me la corto, o las dos te doy, mi Dios”).
La solución no estaba en ese sacrificio, pero si estuvo en otro: Javier, sin pensarlo demasiado, vendió el restaurante con el único fin de tener el dinero para las operaciones.
Poco le importó después, al ver que Alicia estaba con vida.
Pero ahora no podía explicarle que lo que más anhelaba, lo que le haría superar el terrible trance de no ver nunca más, ya no existía.
-Cuando lleguemos a casa, mi amor, y descanses un poco, quiero que hablemos…
-Pero papá, estoy bien, siento el cariño tremendo de todos ustedes, lo siento acá, en el corazón… sólo te pido que me lleves al negocio. Eso me va a hacer bien.
No pudo contestarle ni decirle nada más. Solo se limitó a seguir manejando cuidando al extremo su marcha.
Al llegar a la plaza, un grupo muy numeroso los estaba esperando. Alberto se acercó a Javier y le dijo algo al oído.
Hicieron entrar a Alicia hasta el living mismo de la casa de Doña Berta, y muchos los siguieron expectantes, con mezcla de euforia y cautela.
Era un lugar amplio con grandes ventanales a la calle. Una brisa apenas movía su cabello.
-Hola Alicita! ¡Que lindo tenerte de nuevo en el negocio! -exageró en su bienvenida Aldemar, el que habitualmente se encargaba de tomar los pedidos de los clientes-
-¡Aldemar! Que lindo que estés… Pero… ¿hoy jueves no tenías franco vos?
Un incómodo silencio, breve aunque eterno, se apoderó del momento.
-Si, pero no… que franco ni franco, si volvía la luz de mis oj…
-Si, está bien, Aldemar… “de tus ojos”, decilo nomás… gracias
-No, gracias a usted, mi niña, mi niña bonita… Déjeme atenderla, es la principal cliente el día de hoy… ¿Qué le hago marchar?¿Qué le gustaría?
-A ver… ya sé, quiero esos tallarines que son la especialidad, con albahaca, pero con mucha albahaca, ¿eh?…
Esto de no ver me desarrolla el olfato o la imaginación de lo que huelo… ¿Hay un gato cerca?
-No, no… como va a haber un gato en el restaurante… si sabe que jamás soportaría un gato aquí… le habrá parecido…
A Doña Berta, a quién prácticamente la habían encerrado para que no deschave la trampa, mientras espiaba a través de una ventana, se le había escapado Minino, hasta el punto de casi subírsele a la falda de Alicia.
De no ser por que escapó rápidamente al ver a uno de los cocineros cuchilla en mano, se hubiese descubierto el plan que los amigos habían pergeñado.
Javier sacudió un  “racimo” de botellas atadas entre sí haciendo la ilusión sonora de estar levantando mesas, y la viejita que siempre venía con ramitos de flores para las parejas de enamorados, se encargó de pasar bien cerca de la nariz de Alicia. Algún supuesto comensal de una mesa contigua, afilaba sus cubiertos chocando un cuchillo contra otro en un sonido inconfundible.
Hasta la vieja registradora a manija de la ferretería, idéntica a la que había en el negocio de Javier, fue llevada hasta el lugar.
Y los infaltables discos del Trío Los Panchos sonaban también, pero ahora desde un reproductor de CD.
-Se va a dar cuenta que no suenan los ruidos de la púa. -advertía uno de los presentes.
El que más disfrutaba este “juego”, era Celestino Mendez Arguello… El supo ser un reconocido actor de radioteatro en la legendaria LU 67 Radio Nacional Paraje Las Chanchas, quien haciendo un poco de memoria, recordaba como hacían los sonidos para las novelas de la tarde, y trataba de implementarlos.
No fue fácil hacerlo desistir de que no tenía sentido alguno hacerle creer a Alicia que estaba lloviendo a cántaros, pretendiendo sacudir una vieja chapa de cinc, para que imagine los truenos.
Todo era una gran puesta en escena. Olores, sabores, sonidos. Todo el pueblo participando para alegrarle el alma a quien siempre había tenido esa tarea. Un don.
Un lindo regalo que nadie se animaba a terminar de presentar.
Cuando Alicia llegó a su cama, cansada pero feliz de sentir que todo estaba en orden, tuvo un instante con ella misma.
Agradeció para sus adentros lo que la fuerza del amor puede lograr: que se junten para recibirla, que sus amigos estén presentes, que carguen de albahaca ¡y sin protestarle! su plato favorito y hasta que Aldemar no se tome un día cuando le corresponde…

-Ay Diosito…como puede ser tan sorpresivo el destino, y que todo puede cambiar de un momento para otro, así, en un segundo… Y con el pueblo… mirá las cosas que tienen que pasar para que se junten sin pelear… Pero una duda ahora me apabulla: ¿como les digo que la textura del mantel de hilo de la casa de Berta es inconfundible?...

                                                                                                                                 Jorge Laplume


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