jueves, 23 de septiembre de 2010

El extraño caso de un Señor muy extraño



Había un señor que a la mañana se despertaba siempre de buen humor.
Desayunaba tranquilo, mirando por la ventana como amanecía el día.
Pero eso no era lo más extraño.
Como salía con tiempo suficiente hacia su trabajo, nunca pasaba un semáforo en rojo engañándose que aún estaba en amarillo.
Estacionaba en lugares permitidos, compraba el diario al mismo canillita todos los días. Y le pagaba con cambio, buscando monedas en sus bolsillos.
Pero nada de eso era lo más extraño.
Saludaba al llegar, como una vez su Tía le había dicho que así se debía hacer. Atendía a los clientes con una sonrisa, y nunca los hacía esperar.
Además siempre daba el vuelto justo. Ni más ni menos.
Pero eso tampoco era lo más extraño.
Comía tranquilo, masticaba bastante y disfrutaba los momentos  sin alterarse con las noticias de la televisión o de la radio.
Solía caminar mirando para arriba, como para que el sol o el viento, dependiendo del  día, le diera de lleno en su cara.
Pero ninguna de estas cosas eran las más extrañas.
Se reía con chistes inocentes, se alegraba viendo chicos jugar, se emocionaba con las películas románticas.
Se daba el tiempo para leer, pasear, cocinar algo rico y también para disfrutar de hablar con la gente.
Miraba a las personas a los ojos, como si no tuviera nada que esconder.
Decía las cosas que pensaba, pero tratando de no herir ni molestar a nadie.
Y pensaba. Y agradecía. Y a veces hasta también soñaba despierto.
Y aunque parezca muy extraño, ninguna de estas cosas eran las más extrañas de todas.
Lo más extraño, en el extraño mundo del señor extraño, era que, así y todo, era feliz.

                                                                            Jorge Laplume


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