jueves, 30 de septiembre de 2010

Había una vez una reja


Había una vez una reja.
Bueno, en realidad no empezó como reja. Eran unos fierros viejos que un esforzado artesano convirtió en reja.
Ella no sabía muy  bien que era eso de ser reja, pero trató de imaginárselo.
En el depósito mientras esperaba años su destino, había escuchado de todo, discusiones, peleas, gritos y susurros…  pero lo que más le gustaba era la risa. Entonces, cuando oyó que sería reja, imaginó algo muy gracioso, ya que ja, era risa y ella sería re ja.
Cuando llegó a ser lo que el hombre quiso, la colocaron donde la estaban esperando.
Su sorpresa fue muy grande al tomar dimensión de su tamaño. Se gustaba. Aire de importante tenía. Hecha y derecha.
Sintió mucha satisfacción al ver como la gente pasaba delante de ella y hacía comentarios de sus formas, de su fortaleza, de su brillo y olor  a nuevo.
Poco a poco la novedad de su presencia fue pasando. Ya casi nadie la elogiaba. Igualmente los chicos disfrutaban trepándola, y eso le producía alguna que otra sonrisa. Sin embargo cuando estaba sola, a la intemperie, con climas hostiles, estaba triste. Se fue dando cuenta que eso de ser reja poco tenía de risa. Sí sabía de su utilidad, de haber impedido más de una vez que a su dueño le roben y cosas así. Pero alegría, lo que se dice alegría, no tenía.
Cierta noche, se despertó sobresaltada. La espalda de una mujer chocó violentamente contra toda su estructura. Se asustó. Pero después fue testigo de algo nuevo. La chica, porque era joven, entrelazo sus manos en ella, agarrándola muy fuerte. Un hombre la había empujado –debería decir apoyado apasionadamente, con ímpetu quizás- hasta ahí mismo.
La dama –porque así le gustaba definirla- después de sentirse afirmada, se entregó a su noble caballero, y los dos se fusionaron en un beso largo y salvaje, violento y tierno. De amor y furia.
La reja, hasta como con vergüenza de estar espiando sin intención, disfrutaba de ser útil a esa unión de amor. Hasta con cierto erotismo gozaba del subibaja de las manos  femeninas que apretaban cada uno de sus barrotes con frenesí.
No pudiendo escapar de su propia esencia, se relajó y soñó.
No pasó mucho tiempo, algunos dicen  que por abandono, otros por azar del destino, inclusive estaban los que le echaban la culpa a los obreros del gas , para que  la vereda que estaba a sus pies quedase rota. Mosaicos con forma de finas vainillas en pedazos dejaban a la vista la tierra desnuda.
A la reja no le gustaba el espectáculo de un mundo destruido. Recordaba ingenuamente los días de gloria de su debut como reja, y como todo brillaba a su alrededor.

                                                                                                                  Jorge Laplume

lunes, 27 de septiembre de 2010

Amanece

Ella amaneció despojada de todo.
Amaba la libertad de sentirse aire.
Una brisa apenas tibia hacía incesante el vaivén de unas telas color tiza.
Algunos pájaros madrugaban frente a la salida de un sol amarillo redondo, firme, muy seguro del día que le tocará andar.
Se desperezó a sus anchas, revolviendo sabanas enmarañadas.
Jugó a ser diosa. Bella y deseada.
Se jactó para sus adentros de dones apetecibles y frescos.
Apenas entró en la ducha, dejando la puerta y ventanas abiertas de par en par, sintió miradas perturbadoras. Atinó a cerrar todo, a volver a su privado mundo de soledad. Pero al cabo de unos instantes, cuando un cosquilleo dulce que extrañaba le recorrió la médula, desistió.
Amaba la libertad de sentirse aire.
En su mente, mensajes sobre una supuesta locura lujuriosa se confundían con evidentes texturas erizadas de su piel.

Bailo al son de esas cortinas que poco tapaban. Velos que por momentos desvelaban.
Así soy quiso gritar al universo. Por fin respiraba alegría ingenua y sincera.
Salió desnuda a un balcón a un mar calmo, que la invitaba a empaparse toda.
Hizo poses sensuales, rítmicas y hasta también, de las más burdas que compartió consigo misma con picardía.
Se expuso a un placer inédito, exclusivo. Imaginó descubrir el elixir de la sonrisa eterna.
Nada la frenaba. Al fin era el tiempo –merecidamente- solo de ella.
Una pizca de razón dentro de tanta improvisación le justificaba lo bien que hacía.
Lo había logrado. Recorrer su cuerpo y su mente sin vergüenzas ridículas. Una mano y otra mano se encargaban de hacer táctil los espasmos que su mente liberada ordenaba.
Abierta en mente. Abierta en alma. Morir era nacer.
Disfrutó del gozo profundo. De la libertad de sentirse aire. Y volar.
El universo, con estrellas, lunas y soles eran de su propiedad.
Pero de pronto decidió nubes.
Oscureció con su temor el cielo todo.
Y no de tormenta de verano, que seduce muchas veces más que el sol.
Reaccionó como si algún caminante playero se hubiese obnubilado al verla.
Espiarla.

Y hasta con lascivia desenfrenada la hubiera deseado.
Como si alguien que conociera el reglamento de aquel juego lo supiese más que ella.
Cubrió de miedos esa realidad que había logrado desde su ser.
Y los cubrió de razones y lógica fría.
Es más,  si llevara estadísticas, a esa jornada, la enmarcaría como el peor día del mes.
O tal vez más aún… de toda su vida
Cerró cortinas, bajó persianas, y se pertrechó de supuestas seguridades en un muro de frazadas.
Y tanto poder tenía de su libertad, que llovió de verdad.
Y lo que ella deseaba se hacía realidad.
Entonces imaginó que tal vez, y solo tal vez,  mañana le permitiría al sol que amaneciese mejor.
  Jorge Laplume




viernes, 24 de septiembre de 2010

El Pirata



Revisando papeles y recuerdos, como en toda previa de mudanza, apareció de golpe en mi cabeza algo que alguna vez me contaba mi papá: La (triste) referencia de un posible antecesor francés que se dedicaba a la piratería… No de cd truchos ni películas bajadas de internet, sino pirata-pirata…
En realidad, de la manera como me hacía el relato, supuestamente lo bajaba de “rango” diciéndome que se lo conocía como “El Corsario Laplume”. Que los Piratas tenían más prestigio, por su maldad extrema, su ímpetu audaz… pero parece que un corsario, cuando me lo contaban, le daba un viso de realidad menos romántica, un frustrado candidato a filibustero de ley.

Rara explicación, porque si bien sirviese para minimizar sus acciones, como para no sentirse vinculado, por las dudas, de sus fechorías, había en el aire una especie de pena, una frustración de que no haya sido todo lo terrible que un pirata era, como para, insólitamente, sentirse orgulloso de la portación del mismo apellido.
Lo cierto (¿lo cierto?) es que no hay registros de sus andanzas, y se supone que nunca halló ningún tesoro (¿o sí? Y lo escondió muy bien el turro…) Lo cierto, decía, es que la referencia que pasó de boca en boca tiene que ver a su final. Pobre corsario… solo su último día queda para el recuerdo



Ubiquémonos en una escenografía que trataré de adornar acorde a tantas películas vistas. Una taberna típica, donde voy a poner gente gorda, mal vestido, fea, borracha.
Cantineros insólitamente tolerantes a que le rompan todo en cada pelea. Licores más fuertes que el veneno, que será bebido desesperadamente, para luego poner cara de asco… Y repetir la acción una y otra vez…
Mujeres, muchas mujeres, muy lindas, con corsés blancos y apretados, donde pechos como melones inmensos no les dejará respirar. Y faldas gigantes, para que algún pícaro pirata pueda “esconderse” debajo de ella, jugando con su intimidad. Una sola mujer fea… la que le hará un favor al gordo rechazado por todas las bellas.
Podríamos poner parches en algún ojo, la obviedad de una pata de palo, y hasta un loro… total lugar hay.
Eructos, gritos, carcajadas ordinarias y de las de compromiso.
Garfio no. Nunca supe bien como se lo amarra a un muñón.
Hasta acá mis ganas de cómo imaginarlo.


El tema central de esa reunión fue que otros piratas, en conflicto vayan a saber porque, se cansaron del tal Laplume y lo atraparon.  Y ahí estaba, atadito de pies y manos, mientras todos tomaban, jugaban a algo por algunas monedas de oro o plata o intentaban manosear a esas hermosuras, que se dejaban a medias, en un primitivo gesto de histeriqueo parecido a los de hoy.
Sigo.
Cuando terminó el tiempo del placer, se viene el del trabajo, habrán pensado. Bastante agotados por el alcohol, deciden, antes de matar a mi pariente, darle no un último deseo, sino tres. Valioso gesto de cortesía si los hay.
El primero que pide el acusado, es beber. Uno imagina hoy que tal vez esa modorra posterior a su ingesta aflojaría los temores. Digamos que no está mal. Bebe hasta saciarse.
Su segundo último deseo, es un beso apasionado de, para él, la más linda del lugar. Laplume –no está nada mal recordar el apellido del estoico hombre- decide de entre diez o doce a la más voluptuosa del grupo. La señorita, en vez de sentirse ofendida en su pudor, tal vez gracias al tintineo de monedas preciosas que a cada instante se oía en el lugar, o quizás porque Laplume tenía algún rasgo típico de familia (debería borrar eso, queda presuntuoso…) accede.
Pasión. Falsa seguramente, pero para un condenado a muerte, eso no debe importar demasiado.
Tuvieron que separar a una chica muy entusiasmada en su tarea. Debería ser un buen besador el hombre…
Y la expectativa del tercer deseo atrapó a todos.
¿Un cigarro? ¿Algo que confesar? ¿Quizá alguna historia de maldiciones que recaigan en los asesinos, confiando en que a último momento desistan?
No.
Elegir la forma de morir.
Alguno podrá imaginar que usaría el viejo chiste: “Deseo morir de viejo”… pero no. Laplume tenía su creatividad, pero no era el momento de humoradas.
Los presentes le dieron opciones: Un arcabuz, algún mosquete, hasta espadas.
El joven corsario empezó con las negativas: “Las armas de fuego son muy lentas en la recarga, lo que, de errar el disparo, ya que de por sí todos conocemos lo malas que son en lo de centrar la puntería, podrían dejarme moribundo, por ende, lo que menos quiero es esa extraña sensación de me salvo-me muero… Como dejándome una puerta abierta a una muy remota salvación. No deseo ese juego de fe trunca en este momento.
Todos se miraron sorprendidos. Su alocución no tenía desperdicio.
“Con respecto a mosquetes o espadas… perforan, duelen eso sí, pero el desangrar es lento, eterno…Tal vez ustedes disfruten ese espectáculo, y lo comprendo, ya que en sus lugares, opinaría igual… pero, amigos, recuerden el beneficio de que es MI deseo.
No había demasiadas opciones más, lo que motivó la intriga de los presentes.


“Un hacha…jajaja, sé que tiene hachas, como yo tenía en mi nave antes de ser traicionado y atrapado. Sería horrible tanto para mí como para mi verdugo… Manchar con sangre a salpicones las caras de los presentes… los faldones de las damiselas… que mi cabeza ruede por el suelo, con esa savia roja saliendo a borbotones…muy desagradable… incluso después mi cuerpo incompleto… No, no deseo eso”
¡Veneno! Propuso uno.
“Lleva demasiado tiempo el efecto… Están demasiado borrachos… se olvidarán de mí, quedándose dormidos, para después sentir la frustración de haberse perdido el final.”
La misma mujer que lo besó, arriesgó plantear un juego sexual, hasta que muriese de agotamiento, en una clara muestra de consideración hacia el resto de las damas presentes… (Esto dudo mucho que sea cierto, pero no queda nada mal dejarlo… le da un toque marquetinero…)
Después de un silencio obligado, al recorrer con la mirada todos y cada uno de los rincones, sin encontrar más que botellas o sillas, e imaginar un muy denigrante final para un gran navegante, morir de un golpe en la cabeza, le pidieron que dijese que tenía en mente.
“Cierta vez, en uno de mis cientos de viajes, no recuerdo bien donde, me topé con indígenas muy particulares… Ellos, prácticamente desnudos, salieron a repeler nuestra llegada a una de sus tantas islas. No tenían armas más que varas hechas con ramas de árboles y puntas de piedra trabaja en forma de punzón. Flechas, me enteré tiempo después, las llamaban.
Un poder con altísimos resultados. Perdí aquella vez varios hombres. Eran hábiles en su uso. Más que nosotros con nuestras armas de fuego.
Supe también que aborígenes así ya no quedaban en nuestro mundo, y que justo los vine a encontrar yo en aquel lugar.
Al rendirnos, porque no tuvimos alternativa, pude intercambiar algunas ideas, a través de simples gestos, con un superior de ellos. Un anciano que los dirigía, con un extraño atuendo como si de rey se tratara.
Me vio mientras yo observaba una vasija repleta de esas puntas de flecha. Eran todas distintas, pero muy parecidas, artesanales… una por una, las piedras tomaban forma de triángulo perfecto, filoso cual espolones. Me regaló unas cuantas y, supongo yo que por el respeto con que tomé sus costumbres, me dejó libre.
Éramos seis o siete los que volvimos con vida a puerto. Me recluí por varios meses. Y ahí imaginé que si un día he de elegir mi muerte, sería así.”
Muchos piratas presentes, efectivamente ya se hallaban dormidos en el piso o sobre las mesas. Otros, los más ardientes, estaban prácticamente vejando a sus compañeras mujeres. Gritos de fondo de sexo violento no opacaban la atención que Laplume había logrado sobre su nutrido público.


“Y pensaba el porque me atraía tanto esta pequeña pieza de piedra. Hasta que lo deduje: Es lo más parecido al Amor.”
Si antes se hallaban sorprendidos, esto ocasionó que todos se acercaran al mismo tiempo unos centímetros más, como para no perderse detalle.
“Sí… al amor, amigos. El amor es como esta punta de flecha –decía mientras con su barbilla indicaba una que llevaba como collar, a modo de amuleto- …pueden tomarla… de hecho, si lo tenía para mi suerte, es evidente que no funciona, jajaja…”
El más próximo se la quitó hasta con delicadeza, para mirarla y pasarla al que tenía al lado. La fueron viendo todos. Alguno se pinchó con su punta afilada.
El amor, les decía, te perfora al punto de hacerte sangrar. Solo deja de brotar tan vital líquido si esa punta funciona como tapón en su inserción exacta.
En cambio si se trata del amor tierno, el breve, el “poco profundo” donde la flecha roza y se va, un pequeño hilo de sangre irá desasiéndose hasta cicatrizar. Y al poco tiempo, ya no habrá marcas.
Pero si ese sueño de amor penetra hasta el fondo, rompiendo piel y todo lo que tenemos dentro, ocasionando dolor y, no sé cómo, también un extraño placer… sentir al otro dentro de uno… tal cual la forma triangular de la flecha, ya no se saca más. Uno lo intentará solo, o pedirá ayuda, que otro amor lo saque, por ejemplo… pero será imposible… Desgarrará todo a su paso, provocando más dolor aún y no será agradable. Algunos poetas lo llamarán “sufrir de amor”…
Pero si el destino está echado. Si la muerte es mi camino, que sea así. Me iré amando la vida. Será mi manera de morir de amor. Las cartas están echadas. Amé, les decía, y muchas veces no fui amado, por lo que sé lo que voy a sentir. Será un noble final. No le temo a lo que hay detrás de esta frontera que iré a conquistar. Engarcen mi punta de flecha a una vara, y que el verdugo haga bien su trabajo. No intenten sacármela una vez adentro, será tan en vano como olvidar un gran amor.”
Varias fueron las mujeres que lloraban en silencio. Muchos de los hombres se quitaron sus gorras, apretujándolas con las dos manos, en gesto de respeto. Estaban emocionados, pero con cierta incomodidad.
El encargado de matarlo dudó. Miró a todos como buscando alguna contra orden, que no existió.
Fue un puntazo directo al corazón. Seco y profundo. Laplume apenas acusó el empujón. Cerró los ojos,  y una de las mujeres no resistió la dulce tentación de estamparle un beso cálido a un hombre entero.
“Fue muy bueno mientras duró” sentenció como últimas palabras. Un extrañísimo silencio se apoderó de aquella taberna. Fueron yéndose en calma y hasta con cierta congoja. Recién al final, un par de hombres recogieron su cuerpo para dejarlo donde a la mañana siguiente recibiría una humilde sepultura.
La historia que mi papá me contaba, con algunas licencias que disfruté dibujar, del único corsario que murió de amor, a punta de flecha.

Jorge Laplume





jueves, 23 de septiembre de 2010

El Señor Ordoñez


-¿Señor Ordóñez? Soy de Teleconv. Venía por el cobro de unas facturas pendientes…
-Si, soy yo, pero no… debe haber un error: Yo tengo Telefónica, y con Telecom, a menos que no recuer…
-No, no… ja ja ja … Perdón pero tal vez no fui claro… No le dije Telecom, no… le dije que somos de TELE-CONV.
-¿Tele Conv? No, no sé… no conozco a esa empresa… o marca…
-¡Que raro! Mire que yo acá en mi carpeta… ¿me permite pasar? Es para apoyar la carpeta, los papeles… No le voy a quitar mucho tiempo…
-Si, si… pase… puede sentarse ahí si quiere… mire que justo yo estaba saliendo y…
-Son dos minutitos… ¿Ve? Mire, mire acá…Usted había pedido un auto nuevo… A ver… ¿usted tiene un Peugeot 207, color azul cielo, dominio JQK 343, dos puertas, techo corredizo?
-Si, lo compré el año pasado. Y lo pagué todo.
-Si, por supuesto… eso figura muy clarito acá… pero yo le vengo a cobrar el impuesto de TELE CONV… No sé si sabía, pero parece que no…Es Teletransmisión de las Convicciones, “Convicciones en uno mismo”… es otra cosa y que a nosotros no nos figura como pagado… Pero está en término, ¿eh? no es mora todavía…claro que si lo dejamos pasar después la empresa no garantiza que…
-¿Cómo? No entiendo nada. Por favor, explíqueme esto o se va de mi casa ya mismo. Y le hago una denuncia.
-Tranquilícese, señor Ordóñez… ¿Antonio, no? Le explico: Usted deseaba ese auto, ¿estoy en lo correcto?
-Si… ¿y que?
-Y que nosotros le venimos a cobrar ese deseo… No, perdón…le venimos a cobrar la concreción del deseo.
-…
-Veo que todavía no me entiende… a ver, voy a ser más claro: ¿escuchó la famosa frase “Todo tiene su precio”? Bueno, no es precisamente al precio del dinero que se refiere, sino del deseo.
-Es una joda. Seguro que esto es joda.
-No, no… es el precio de la ambición, del sueño, de las ganas de “subir escalones en lo anímico”, como me dijo otro cliente el otro día…
-Pero yo vivo todo el santo día soñando, deseando, con ganas de superarme. ¿Me van a cobrar todo?
-Exacto. Y todo está acá, en su legajo.
-¿Todo? ¿Todo todo?
-Si, debería asegurárselo. Siempre algunas cosas se nos pueden pasar, nadie es perfecto. Pero yo calculo que sí… al menos lo más importante… La informatización ha hecho mucho más ordenado todo esto… antes lo anotábamos en papelitos, cuadernos… se perdían cosas…
-Esto me está resultando muy muy raro… Ahora bien, pero si todos mis sueños están ahí… no sé… supongamos, la fantasía de, por decir algo, inventando, digo… de, por ejemplo… a ver… ¡que se yo! Una ridiculez…estar con dos chicas en la cama al mismo tiempo… ¿estaría?
-Está. Por supuesto que está. No me hable con hipotéticos.
Formulario RL 32/ R y M n c… déjeme ver… ingresada el 6 de Mayo de 1975… ¿cumplía 14 ese día? ¿Puede ser? Si, si… acá figura… También deseó un long play de Emerson Lake & Palmer ese mismo día…
-Pero jamás… no me gusta hablar de ciertas cosas, y menos con desconocidos, pero, yo jamás… ¿Cómo decirlo…?
-Si, claro: no la efectivizó… Figura.
Le explico: RL es “Relación Lésbica”, 32 es el número de sueño de ese año… R de Rubia y M de…
-Si, claro… M de Morocha… obvio… es mi sueño en definitiva… ¿Y lo de NC?
-NO CONCRETADO. Clarito, clarito…
-Bueno, tampoco lo grite así… soy joven y…
-Perdón… es la burocracia… no veo hechos, solo números. No quise ofenderlo ni burlarme… salvo que también podría ser que lo hubiese concretado y no me figure… Usted sabrá…lamentablemente el mercado negro de los sueños es muy difícil de desarticular… y eso que estamos con todo, ¿eh? Vísperas de elecciones, ¿vio como es esto? Ahora, de golpe,  nos mandaron a todos a la calle… Es que no hay ni un mango allá arriba…
-¿Allá arriba? ¿Me está diciendo que lo manda…?
-¡Ajá! EL jefe.
-Mirá vos… y digo como para saber nomás… porque ahora me agarra sin un peso encima… ¿Qué otro deseíto me figura?
-De Racing tengo varios. Muchos le diría…Varias carpetas ahora que veo en detalle.
-Si, pero la mayoría deben estar con las letritas NC, No  concretado… Porque la verdad ultimamente…
-No se crea: Hace muy poquito pidió no perder con River… no hará un mes…
-Si, pero ese es un “deseo menor”, no cuenta como otros: Era UN partido… aparte faltaban minutos para terminarlo… íbamos ganando… en realidad tenía miedo que nos empaten primero y después perderlo…
-Si, entiendo su objeción, la re entiendo…pero figura clarito… Ese deseo entró con un Grado 7 en una escala del 1 al 7… Deseo importante en ese momento, le diría, de los que van acompañados por taquicardia y esas cosas… de los más caros… Le reconozco que los deseos de la Pasión están saladitos… pero son tarifas que pone el mercado… A  mi me encantaría hacerle un descuento, pero El jefe es muy estricto… “Uno no valora lo que no paga” suele decirnos…Comprenda… No me ponga en una situación incómoda…
-Si, pero ¡Ja! acá lo agarré… También pedí que salgamos campeones… siempre lo pido eso. Y nunca se concreta.
-Somos gente seria…me extraña que piense así… si el sueño no se entrega, no se factura. Eso está demás decirlo.
-No, si, claro… no se cumple es igual a no se paga… suena lógico.
-Igual su equipo lleva unos cuantos partidos sin perder… no tengo acá el legajo de que es lo que pidió… pero, perdón que me meta, creo que ahí un precio le va a ir saliendo… Y le insisto que no vi la carpeta en mesa de entradas, pero me imagino que… mejor le cambio de tema: ¿Se acuerda de cuando ansiaba su primer grabador?
-Uy, si… tendría doce o trece años…
-Doce.
-¡Que lindo! ¡Que felicidad incomparable! Pero… ¿No me va a decir que ese también me lo están facturando? Che, loco ustedes pasan a ser unos verdaderos hij…
-No, jaja, no… le ponía un ejemplo nomás… ese está cancelado… ese, entre otros ya está pago… se hizo cargo un tal José Osvaldo… me figura como su padre… él, antes de irse, canceló varias facturas… un auténtico caballero Don José.
-Ya sé… Entiendo todo. Me quiere hacer llorar. Lo está logrando. Y de esa manera, flaqueo y le pago lo que sea… ¿artimañas que usan ahora?
-No… y entiendo que desconfíe, el mundo está muy raro… pero le doy mi palabra. EL jefe jamás haría…
-No, cierto que está EL jefe atrás de todo… perdóneme… y discúlpeme allá arriba… sin embargo… ¿Cómo le digo? Tengo un deseo… muy oculto, que jamás se lo conté a nadie nadie… No lo expresé ni aún estando solo…No lo escribí… nada.
-Ya sé a cual se refiere… ¿es este? Lea acá.
-S…..s…..si….pero si yo nunca…ahora me pone en la duda, pero juraría que lo guardo tan bien guardado que…
-Si, si… estaba  muy bien protegido, figura acá en la notita al margen… pero nuestro “Departamento de Telepatía e Inconciencia” está trabajando muy bien. Son unos genios. Hemos implementado tecnología de última generación. Le dije: prácticamente no se nos pasa nada… salvo que…
-¿Salvo que qué?
-No, nada…
-No, Usted me está queriendo decir que hay alguna manera de… ¿“ponernos de acuerdo”…?
-Yo no dije nada.
-Mire: ese sueño para mi es muy importante. Casi le diría que es mi último gran sueño… Estoy dispuesto a sacrificar otros en pos de ese… pero claro, viendo la planilla de tarifas… se me hace imposible pagar “ese” precio… No sé…Tiene que haber una manera…
-Me pone en un compromiso tremendo… déjeme pensar un cachito… lo llamo en la semana… ¿tiene un mail?
-¿Un mail? ¿Desde allá arriba me va a mandar un mail? Si, tengo… es este… llévese mi tarjeta…Ordoñez va con zeta.
-Déjeme que lo vea con la gente de allá arriba…
-No, pero si lo divulga así me va a mandar al frente…Si EL lo ve…
-EL jefe, no se como hace, pero lo ve todo… y yo creo que este sueño no es tan retorcido como para hacer demasiado
espamento … ¡si usted viera las cosas que nos piden! ¡Y a nadie se le cae la cara de vergüenza hoy día! Por eso, su ambición es hasta inocente, mire… no le veo mala intensión, pero no soy yo el que decide…Si por mi fuera…
-Si, me imagino… bueno… vea… si se puede mejor… sino… bien igual… bah! bien no, porque lo quiero, pero si, todo bien… tampoco como para pegarme un tiro, ¿no?
-Si supiera ¡hay cada uno!…Muchos no se bancan un No como respuesta… ¡al cuete! ¡Que bueno si me tocaran clientes como usted más seguido! Llego muerto a casa a la noche. Discutir, pelear, hacerle ver a la gente lo que tiene, que el precio es nada comparado a lo que desean… pero ya está… lo estoy aburriendo con mis sermones… perdóneme… me voy y apenas tenga lo suyo, le aviso… en cualquier momento va a saber de nosotros.
Confíe.
-Ah, ok, pero no me dijo como le pago lo anterior… una desubicación total lo mío…
-Deje: ¿ve? Esta es su factura.
-¡Pero la está rompiendo…!
-Para EL jefe hay otra frasecita que cada tanto desempolva: “Lo que vale es la intensión”…No la usamos mucho… pero me acaba de llegar un SMS… ¿Vió? Le dije que no se como pero se entera de todo… Debe haber micrófonos ocultos acá, jajaja.
Jorge Laplume



Noche de empanadas y vino Malbec


El calor era realmente insoportable.
En cada movimiento sentía que la ropa más se empapaba con el sudor.
Y más se me pegaba al cuerpo.
Jeans un día como hoy fue una boludez total.
Por hacerle caso a la vieja.
Si yo sé como es el clima acá, si hace más de cinco años que vivo sola y nadie me anda diciendo “A la tardecita puede refrescar, nena”.
Y yo, como para que no se haga drama, y un poco para que no me rompa las bolas, le hice caso.
Es increíble.
Esperé para que venga a casa, acá, a donde vivo, más de un año y medio.
Esta vez deseaba verla, en serio.
Tenía un deseo grande.
Serán los años.
Con el tema de que el viejo estaba mal, que no podía dejarlo por la dependencia que tenía él de ella -dicho crudamente- me abandonó.
Una vez más.
Alguno podría, tranquilamente, decir que yo me fui antes.
Es verdad.
Verdad a medias.
Nunca me soportó del todo.
Y eso de que los padres quieren a todos los hijos por igual, es una soberana mentira.
Y en mi caso no era tan difícil quererme igual que a mi hermana.
Siendo solo dos, con mitad de amor a cada una, hubiese alcanzado.
Pero no.
Ella se llevó siempre prácticamente todo.
Y un poco más.
Hasta lo del accidente.
Claro.
Ella era la divina, la de las buenas notas, la que ponía la mesa sin pedírselo.
La que cantaba, bailaba, tejía, cosía y la puta madre no sé cuantas cosas más.
Yo, claro, no vivía con ella: competía.
Harta de esa comparación eterna, varias veces se la juré.
A mamá, a papá y a mi hermana.
Pero que conste: un juramento silencioso, hasta solo apenas imaginado.
No soy rencorosa, sino que me gusta poner las cosas en claro.
Nada más.
Tipo las cuentas claras, conservan la amistad.
No soy de andar con vueltas ni demasiado diplomática.
Esa es una cagada.
No es que me arrepienta de ser así, sino que veo que ser de esa manera no me ha servido de mucho
Al contrario.
Desde maleducada hasta terrible yegua mal parida, me han dicho de todo.

¡Que choto es el dolor!
El dolor como dolor en sí.
Ese dolor acá adentro, que es tan difícil de explicar.
Ese que en las películas se lo muestra de que es tan pero tan grande que al tipo le agarra un infarto por una noticia. Y queda fulminado en el suelo.
De dolor se muere.
No creo que eso pase.
“¡Tan sanito que se lo veía!” dicen las viejas en el velatorio después.
Dolor.
Angustia.
Un resoplo grande como para sacar un demonio de adentro.
Pero no sale el turro.
Eso sentía en casa.
Desazón. Eso también.

Imagino como ejemplificar eso para poder describirlo.
Un tipo, no sé, al que le explicás arameo, mañana, tarde y noche, y nada.
Nada de nada.
Y vos, en cambio que al arameo lo sacás de taquito, que hasta soñas en arameo, si te decidís.
Y el chabón que ni jota, que te mira como si le hablaras en chino… ja!
Eso, llegado un punto, te saca.
“¡¿Cómo que no entendés el arameo, pedazo de pelotudo?!
¡Hace dos semanas, tres horas diarias que vengo explicándotelo, y no entendés nada! ¿¡Nada de nada!?¡Vos no le ponés voluntad!”

Así me siento. Hablé tanto con los viejos de la cagada que se estaban mandando conmigo.
Hablé bocha con ellos y con ella.
Y a ella, bien clarito que le saqué la ficha. Ella entendía, pero bien que se hacía la boluda.

Primera gran decepción, o contradicción: Tan buenita, tan correctita, tremenda hija de puta… una persona no puede ser buena y mala a la vez.
No.
Y ella, a esta situación, bien que le sacaba ventaja.
Y ojo que no digo que me jodía que la premien por un  diez en Lengua. No.
Me recontra súper reventaba su onda de ponerme como pobrecita.
Tipo “no se enojen con ella, no tiene la culpa”
Faltaba que dijese  “No le da” y ahí si le daba un fierrazo en la cabeza.
Algún día lo sabrás, hermanita, algún día.
Insisto que lo tengo claro, sí hasta el sicólogo lo vio: No soy rencorosa.

Segunda bronca acumulada: la desigualdad ante lo mismo. Olvidemos, ponele, lo del colegio, de los caracteres diferentes. ¿Por qué cargar con una culpa de algo que no soy culpable?
Sea lo que sea, invitación para una a ir a Miramar, o que hay plata para un par de zapatos, o de ir a ver algún show, todo para ella.
Yo salí “fallada” escuché a mi viejo decirle a sus amigos.
Lástima que no fue así. Capaz que hasta me hubieran tirado a la basura y era mejor.
No, encima, como para joderlos más, yo era la más linda de las dos.
En serio, sin falsas modestias.
La más linda y la más extrovertida.
Era así, que le voy a hacer.
Por eso les molestaba tanto que cuando íbamos a cenar afuera, les rompía las pelotas que la gente me hiciera caras a mí, y no a ella.
Y, debo reconocerlo, aunque no sé como lo hacía, de alguna manera yo lo explotaba.
Hablando a media lengua, los que me alzaban, se morían de amor.
Hay una película en súper ocho que durante mucho tiempo estaba prohibida para mí.
Cuando me fui de casa, juntando los bártulos, apareció.
Ni mi vieja ni nadie se enteraron que la encontré.
Tanta intriga se develó no sé cuantos años después.
Filmación horrible de mi viejo cuando nos llevaron a cantar a canal 9, con Roberto Galán.
“Si lo sabe, cante”. Algo tétrico. Tendríamos como tres o cuatro años.
Con un llanto imparable, mi hermana puso locos a todos.
Yo no.
Ella a grito pelado y yo lo más tranquila comiéndome unos mocos aparentemente riquísimos.
Las secretarias, con unos pantaloncitos cortos, que ahí se escucha que le decían Hot Pants, tratando de calmar a la hinchapelotas que les arruinaba el programa.
Yo, lo más bien.
La filmación de mi viejo, insisto, una reverenda cagada. Se mueve todo, para acá, para allá… zoom a no sé donde… Pero lo que importa se ve y escucha clarito.
Este tipo, que dicen era famoso, me levanta a mí, y yo le doy un beso enorme en su cachete derecho.
Sorpresa general y un “Ohhhhhh” del público.
Encima, no sé porque ni como, lo miro fijo y le mando un “te quelo mucho”
Puedo casi asegurar sin ningún tipo de dudas, que el estudio en pleno, se meó ahí mismo. Se nota algo así.
Yo lo veo y me meo todavía.
Era la pendeja más linda del mundo.
Y la otra marrana que seguía a los gritos, pero un poquito alejada de mí.
“¿Y vos te sabés una canción? ¿O siempre cantás con tu hermanita?”
Y ahí salió mi vieja, como indignada, como si de la hija de su peor enemiga yo me tratara: “No Señor Galán - se metió la yegua- ella no es la buena, solamente canta porque esta canta, espere un cachito que ya se la llevo” decía mientras sacudía a mi hermana como para que pare de berrear.
“Déjela Señora, estoy hablando con esta belleza, una princesita… a ver linda… ¿Manuelita te la sabés? Música, maestro!”
Demás está decir como siguió todo.
A mis primeros planos de un canto hiper tierno los contrastaban con la cara de mi hermana llorando y llorando.
Reina absoluta de la noche.
Toda la gente bailaba y hacía una especie de ola en las plateas, como casi veinte años antes que los mexicanos la inventaran para los partidos de aquel mundial que consagró a Maradona y a la Argentina.
Gané ese certamen, el del mes y el anual.
Mi nombre empezó a figurar en todos lados. ¡Hasta Mirtha -si, la misma Mirtha de ahora- me tuvo en brazos y me dio de comer en la boca!
Sandrini hizo un sketch conmigo como si fuera su nieta en Sábados Circulares de Pipo Mancera. Muchos se acuerdan que todos reían porque me salía “Abulo” en vez de “Abuelo”
¡Que épocas inocentes!
En la tapa de TV Guía salí como unas doce veces.
Y también en Antena.
En muchas con mi hermana, porque el hecho de que fuésemos tan parecidas siempre era “gracioso”
Pero mi nombre figuraba siempre. Y el de ella, no.
Una gran fortuna hizo mi familia conmigo. Todos han vivido bien.
Hasta el accidente.
Aquel viaje a Cosquín era el primero que hacíamos solas. Mamá nos encontraría allá.
Mi viejo, que ya empezaba con algunos achaques, producto de una cirrosis muy veloz- no pudo.
El tipo no dejaba de tomar, en cierto modo gracias a que como yo generaba mucha plata, dejó el laburo del banco, que no era malo para nada, pero obviamente le exigía cumplir horarios.
Y mezcla de que estaba podrido y de que ya no necesitábamos  esa guita, renunció y después cayó en un pozo profundo de depresión por sentirse inútil.
Contradicciones de la vida.
Sin embargo, lo de hincharme las pelotas, tratarme mal y bardearme, nunca abandonó de hacerlo.
Y todos los mimos para la otra.
Apenas teníamos veinte años cuando lo del accidente.
La combi, manejada por el que era nuestro representante, iba a los pedos.
Le pedí un montón de veces que afloje, que nos íbamos a matar.
Veníamos de Rosario, de presentarnos en Canal 3. Y hasta ahí, sin saber nosotros nada, se había ido el representante del sello Emi Odeón.
Salimos del aire y el tipo que quiere reunirse desesperado para firmar ahí mismo un contrato. Un fabuloso contrato debería decir.
Yo recuerdo que analizamos bien que por un par de años podríamos vivir con ese monto, sin cantar nada en ningún lado, solo con lo del long play.
Y que sin embargo, encima, surgirían como treinta recitales y shows en la tele…
Plata y más plata.
El pedo que tenía el flaco, por brindar más de la cuenta con champagne para celebrar,  fue el culpable de morder la banquina.
Estábamos realmente atrasados, porque nos fuimos de mambo con el festejo post contrato.
El se clavó un parante del parabrisas en el cuello. De lleno.
Tal vez si en esa época se hubiese usado el cinturón de seguridad, se salvaba.
Mi hermana llegó viva al hospital pero a los diez minutos también murió.
Había perdido mucha sangre, ya que una de sus piernas estaba cortada de cuajo.
Yo, nunca sabré como, no me hice absolutamente nada.
Apenas un rasguño en la cara, producto de mis propias uñas que querían tapar la imagen de la muerte inminente. Nada más.

Y ahí sucedió.
Viendo que a esa imagen tan parecida a mí, totalmente inanimada en una fría cama de hospital, me vi muerta yo.
Era yo. No mi hermana.
Y decidí ser yo la que moría.
Pensé en cambiar los documentos, en alterar las fichas.
Pero me parecía burdo y hasta peligroso.
Éramos tan parecidas y yo tan famosa, que todos, encima, vinieron a verme muerta a mí.
Salvo mamá.
Ella, apenas llegó al hospital, como diez horas después, ni notó que yo estaba bien.
Era como si yo no hubiese viajado.
Era como que todavía yo no importaba.
La lloré bastante a mi hermana. Si bien me complicó parte de la existencia, jamás le guardé rencor.
Pero ahí mismo sentí que yo, como era hasta ahí, ya había muerto.

Igual, por cuestiones de contrato, tuve que seguir actuando.
La gente seguía yéndome a ver porque era que me había tocado un milagro.
Pero yo cantaba cada vez peor.
Ya no tenía ganas.
Era como que canté lindo y bien para taparle la boca a tantos, en la familia, que idolatraban a mi hermana.
Un poco mamá me empezó a ver.
Supongo que como era el hijo que le quedaba no tenía otra alternativa.
Yo me fui dejando llevar… “que fluya” me decía mi sicólogo.
Así llegó lo de irme a vivir al interior, a un lugar tan poco nombrado como este pueblito de San Juan.
Acá volví a ser esa yo original.
Auténtica.
Por eso lo de invitar a la vieja. Para recuperar cosas perdidas.
El juicio y la plata que ganamos porque el forro del representante estaba totalmente alcoholizado fue de los más grandes pagados hasta esos años.
Se llegó a decir que Emi Odeón Argentina podría llegar a quebrar.
Nunca fue así.
Y como mamá era un desastre administrando, me quedé con todo yo.
Le mandaba lo que pidiese cuando lo pidiese.
Y, talvez para lavar culpas, cada dos por tres, una cuota extra.
Me sobra la plata, y acá no gasto nada.

Por eso lo de insistirle en que venga.
Por extraño que a mi misma me pareciese.
Tenía ganas de charlar, o de recordar viejas historias.
Lo del jean hoy, se lo acepte de boluda.
Pero necesitaba que vea en mí un gesto de confianza.
Me cagué de calor todo el puto día.
“Ya se va” decía para mis adentros.

Compré empanadas.
Ella puso un par de individuales y dos vasos grandes.
Vino Malbec y unas servilletas de papel.
“¿La de carne es muy picante?” preguntó.
“No. Dale tranquila”
“Bueno… ¿Ponés la novela del trece? En Buenos Aires la ven todos”
“Ah no… Pensé que podíamos ver una peli que conseguí… a ver si te acordás: contame
¿Qué era “Si lo sabe, cante” mamita?”



NOTA: Perdón. Mentí en una sola cosa y quiero salvarlo acá:
Soy muy rencorosa. Siempre lo fui.

Jorge Laplume

Terraza de piedra




El agua en el recipiente de hierro fundido hirvió bastante tiempo hasta que Jacques Glemont lo notara.
Concentrado como hacía mucho no lo estaba, su mente lo alejó de todo.
Era la primera vez  que a esa terraza de piedra, que varias veces estuvo a punto de convertirse en trampolín hacia su final abrupto, la veía como a una especie de lengua sacada burlonamente al destino.
Abajo, un mar enfurecido golpeaba el acantilado. Acantilado que soportaba desde hacía más de doscientos años los cimientos del castillo.
No había sido mala la idea de torcer su típica tozudez de salir la noche anterior, aceptando -inesperadamente hasta para él mismo, inclusive- la invitación del dueño de la taberna del pueblo a la remanida idea de recibir un nuevo año.

“¿Cuánto tiempo va? ¿Tres? ¿Cuatro años?” pensó para sus adentros. Le sorprendió  como los recuerdos se le iban esfumando por más esfuerzo que hiciese. Hizo una mueca extraña, entre pena y resignación.

La noche anterior, cuando por enésima vez pensó en terminar con su desorientada vida, alguna luz, alguna señal cambió el rumbo de siempre.
“Madalaine” dijo mirando al horizonte y con un jarro con té en la mano, había decidido volver a la terraza de piedra que tenía una impecable vista hacia sí mismo.
“¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué fue?”

Por un instante recordó la cara de Maurice cuando lo vio entrar a la cantina, invadida por fieles abonados a cuanto festejo hubiese en el poblado.
Se había quedado estático hasta que reconoció su rostro enfundado más de la cuenta en unos trapos tejidos.

“¡Jacques!... Perdón: Señor Glemont… Ey, todos… Ahora sí podemos decir que estamos todos: Vino el señor Glemont!”

La concurrencia en general, de manera prácticamente simultánea, hizo un silencio abrupto, que apenas instantes después se convirtió en bullicio generalizado.
Él no era en lo más mínimo afecto a aquellos gestos populares, pero ahora, mientras sostenía su mentón con ambas manos, acodado sobre esa especie de baranda en aquella terraza de piedra, pensaba  “realmente… ¡que mal me habré sentido!”.

Siempre, desde que tuviera recuerdo, detestaba las celebraciones donde hubiese más de dos personas. Sus alegrías más importantes siempre habían sido en pareja, sobre todo con Madalaine. Pero desde hacía tres o cuatro años se había negado todo tipo de euforias. Más de una vez se planteó que seguramente era un duelo exagerado para cualquier otro hombre. Sin embargo no podía dominar sus emociones.

“Madie… Fuiste demasiado para mi… demasiado mujer…”

Una tormenta violenta, repentina, típicas en ese lugar del planeta, lo obligó a entrar y cerrar los gigantescos postigos de madera. La lluvia y el viento ya habían mojado el piso del cuarto y hasta incluso desparramado algunas cartas que Jacques solía tener sobre una mesa en el extremo opuesto a su amplia cama.

Hacía no más de ocho horas una pregunta de François, en la eufórica despedida del año mil setecientos noventa y nueve, hacía alusión directa a una breve esquela que en ese momento Jacques levantaba del suelo.
La leyó por enésima vez, y fue el inevitable motivo de lágrimas incontenibles, nuevamente .
La letra con inequívocos rasgos de dolor profundo transmitían lo que para Jacques era imposible: El fin de una relación perfecta, de sueños violentamente terminados.

“Jacques… ¿Tienes certeza fehaciente sobre lo que ha ocurrido con Madelaine después que ella te ha dejado?”

La pregunta, sin respuesta en la noche anterior, daba vueltas en la cabeza del pobre hombre solitario. Buscaba entre los párrafos algún indicio que le explicara el porque de ese final incomprensible.

Fui yo. Jamás supe como amarla. 

Jorge Laplume