lunes, 18 de octubre de 2010

No era un Domingo cualquiera.

 

No era un domingo cualquiera.
Lo habitual, el hecho de tomar el desayuno con facturas, después ir a comprar la carne para el asado, saludar una vez más y del mismo modo de siempre a todos los que se cruzan en el camino, se mantenía idéntico.
Sin embargo, no era un domingo más.


¿Eran las nubes? ¿El silencio? ¿La campana de la capilla sonó distinto?
No se podía decir bien que era… pero no era un domingo más.
En el aire se percibía.
Era como una especie de víspera de algo.
Y la gente lo transmitía.
Si uno hubiese llegado ahí mismo, y por primera vez, al lugar, lo hubiese notado.
Hubiese sentido que no era un domingo más.
¿Algún acontecimiento mundial? ¿Se esperaban anuncios terribles?
No, nada de eso.
Hasta Uno iba a paso diferente por las veredas.
Sonaba distinto la suela de los zapatos contra el suelo.
Eso parecía.
Era como si todos supieran algo, pero nadie sabía nada.
Y como que todos, escondidamente, quisiesen preguntar.
Pero tampoco nadie se animaba.
No por miedo, ni por vergüenza.
No preguntaban, simplemente, por no preguntar…
Hablaban, eso si:  “Hola que tal?” “¿Qué se cuenta?”
Pero por extraño que pareciese hoy -me ocupé de prestar especial atención-
ni siquiera un “¡Que clima, eh?”, o un “Tiempo loco, este” oí.

Entonces pensé que pasaba por ahí, por el estado del tiempo.
No era ni la primera ni la última vez que el cielo se ponía negro, algo típico frente a esas tormentas de verano que se avecinan.
Pero ni era tormenta ni tampoco verano.
El auto de Raúl, por ejemplo, no arrancaba. Dale que dale con el contacto y nada.
Hasta que no se sabe bien, si fue Raúl o si fue la batería, alguno de los dos no quiso más.
Y no arrancó.
El Laucha, ese chihuahua insistidor con ladrido penetrante, estaba más preocupado en destrozar un zapato que en ladrarme cuando pasé por la casa de Matilde.
No era un domingo cualquiera.
Algo iba a pasar.

- Son las ondas -dijo el quiosquero-.

Nadie le prestó atención. O hicieron que no lo escucharon.
El viejo era así.
Cuando menos atención le daban, más ganas de hablar tenía.

-Nos estamos cargando de ondas. Los degenerados lo están logrando.



No voy a negar que, de vuelta a casa, ya con el diario en la mano, que precisamente a él le compré, me dio por escucharlo.
Todos sabíamos que no era un domingo más, pero creo que yo -y algún que otro distraído- nos sentimos curiosos de, al menos, escuchar alguna teoría.

-Yo lo dije, allá por el año setenta y dos, que los desgraciados estos, despacito despacito lo estaban haciendo” continuó al ver que uno -yo- lo escuchaba- Pero claro, al viejo carcamán no le den bola: que ve visiones, que está borracho, que esto y que aquello.

No me aguanté, y si bien papá me dijo un par de veces -algunas más, a decir verdad- que no me detenga por ahí, y que tenga cuidado con quien hablo, no pude resistir la tentación.

-Don Jerónimo… ¿Qué fue lo que usted dijo ese año? Yo no había nacido…
-JA! Ese año, Antonito, ese año… ese año me revelaron lo que iban a hacer. ¡Y lo están haciendo! No debería estar hablando esto con vos… sos muy chico… Y NO PODÉS HACER NADA. NADIE PUEDE HACER NADA. NA-DA.
-No, no se crea… Míreme, no soy tan chico… ayudo a papá con la cosecha, levantando los troncos después de la tormenta… ayer trepé hasta lo alto del molino para desenganchar el flotante, que se había trabado, yo solo… ¡Cuénteme!
-No sé, no sé… Es que ya muchos no cuentan la historia…
-¿Pero porque? ¿Por qué no la cuentan?

El viejo miró hacia un lado y hacia el otro. No una, sino dos veces. Se agachó para ponerse hasta la altura del chico.
Sus caras estaban separadas por apenas cinco o seis centímetros.
El aliento fuerte invadió el aire que Antonito respiraba.
El rostro avejentado tenía surcos en demasía, y su piel blanquecina atemorizaba a cualquiera. Y ojos saltones que brillaban exaltados.
Con un gesto claro le indicó que quería decirle algo al oído, como en secreto.
Le corrió el pelo que tapaba su oreja con una mano temblorosa, deformada por artritis de años.
Antonito temblaba, pero hacía un gran esfuerzo por disimularlo.
Don Jerónimo le agarro un poco fuerte un brazo, como para no tambalearse y con un “Shhhh” inició su relato:

-No lo cuentan ¿sabés porque? porque están todos muertos…

Antonito pegó un sobresalto, que hizo que el viejo casi se caiga para atrás. Se agarró más fuerte del chico y así lo impidió.

-Muertitos. Todos… TODOS… MENOS YO!

Ahí lo soltó y empezó a gritar una, dos, tres, diez veces y cada vez más alto.

MENOS YO!!!! A MI NO ME LLEVARON…



El chico, congelado, miraba sin comprender demasiado, pero sorprendido por lo que había escuchado.
El viejo, cuando se calmó, acomodó su ropa y se cargó de un gesto de orgullo y valentía. Después y solo después recorrió con su mirada para un lado y para otro de la calle y lo vio de nuevo. Se centró únicamente en él y le dirigió una mirada fulminante:

-¿Qué? ¿Qué me mirás así?

Inmóvil, solo atinó, tartamudeando, a preguntarle más, algo que no estaba en los planes del quiosquero.

-¿Y que pasó? ¿Cómo se murieron?
-¿Qué?
-Usted dijo que los demás murieron… quiero saber cómo.
-¿Cómo? No, no sé muy bien como… ¡Pero murieron! ¡y yo no!
-Si, si… eso ya me lo dijo… Pero ¿usted los vio muertos? Pregunto: ¿vio los cadáveres?
-Este, ehh… no, no los vi, pero todos sabemos que…
-¿Y si se fueron? ¿Y si huyeron asustados? Es una posibilidad… cambiaron de lugar, de nombre… de identidad. Si hasta cirugías podrían haberse hecho… mi mamá tiene una amiga que está re-distinta a como era antes…irreconocible, dicen todos…
-No, nene… se murieron… Muer-tos… Mutilados, creo.
-¿Como “creo”?… o me cuenta todo bien o voy a pensar que usted es un mentiroso…que se llena la boca por lo que dicen los demás…
-A ver, nene,  a ver, pará un cachito…dejame explicarte… la historia dice que…
-“LA” historia. La historia la escriben hombres, pero por sobretodo está escrita por los interesados en dejar trascender ciertos hechos, exclusivamente, por interés. Debería saberlo.
Además, encima,  cada vez que se transmite va variando, va adquiriendo vicios de quien la cuenta. No existe la objetividad. Pero volviendo a algo anterior, también me dijo “mutilados”… ¿Hicieron ADN acaso? Por si no lo sabe le explico que el ADN es…
-Si, si, se lo que es el ADN… No sé si lo hicieron… yo estaba atento a lo que decían los demás…Y tengo entendido que esos estudios pueden fallar y entonces…
-NO.
-¿Cómo que no? ¿No que?
-Que no. Que hoy día el margen de error del estudio genético se ha reducido casi a un uno por mil. Eso no es error.
-¿No?
-No. Y si había partes mutiladas, imposible no identificarlas… claro, a menos que…
-AH! Hay una posibilidad! Lo estás reconociendo… ¿ves? Vos lo dijiste… a menos que…decilo…
-A menos que se trate de restos de animales y entonces se los descarte inmediatamente por eso, de entrada…porque no tienen nada que ver… A veces algunos se confunden…
-Pero si también salió en los diarios. Pasó.
-¿Los diarios? Ja! ¿Cuál? ¿”El imperio de las noticias”? Siete causas por difamación, mentira y chantaje… Todos saben que el dueño debería estar preso, pero como tiene no sé bien que con el alcalde, sigue ahí… Así estamos…
-¿Y entonces me podés decir porque está así el día hoy, ya que sabés tanto? ¿No es porque vienen a destruir el planeta?
-¡¿Pero por favor?! Yo entiendo eso que dice mi papá de escuchar a los mayores, pero si todo lo que nos van a contar es así… estamos mal…




Antonito dio media vuelta.
 Guardó en su mochila el cuaderno de notas en blanco, donde pensaba escribir lo que el viejo le iba diciendo, y empezó a caminar bajo un sol que comenzaba a aparecer tímidamente.

-Típico día de otoño, pero no está fresco, está lindo… No parece un domingo cualquiera…



                                                     Jorge Laplume

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