martes, 12 de octubre de 2010

Hojita de almanaque



Apenas cliqueó “Desconectar” en su computadora, asumió la existencia de una conexión perdida también dentro de ella.
No era la primera vez que se sentía así. Ya había habido otros finales inesperados en su vida.
Desde el sufrimiento que le provocaban las fiestas de fin de curso, por ejemplo, llorando a moco tendido por amigos que no volvería a ver, con el tema de Fito de fondo, ese de “un amigo es una luz…” hasta algún que otro amor eterno y  definitivo, pero con fecha de vencimiento. Ni siquiera los tres años de terapia previos a la muerte de su padre pudieron lograr lo que ya de por sí era utópico: razonar sentimientos.
Y por más ejercicios que hubo hecho, como aceptando la finitud, cargándose de amistades que ya habían pasado por eso, visitando hospitales repletos de moribundos…  hasta empezar a leer el diario por los avisos fúnebres… a pesar de tanta práctica, todo fue en vano.
La congoja se convertía en llanto, el llanto en angustia, la angustia en dolor inexplicable… tres años, teóricamente de madurez, vueltos a fojas cero en un instante.
Vuelta a empezar.
Verónica era vivaz. Aquellos que se la cruzaban quedaban atrapados por su luz. Sin embargo, no era tan así cuando Verónica estaba con Verónica.
Después de cada “desplante que me hace la bendita vida” como solía decir, (incluso su blog así se llamaba) suponía salir adelante, sacando debido y ordenado provecho de todo lo sucedido. Llevaba en una libreta estrictos eternos  listados de sensaciones. Algo que su terapeuta le había sugerido casi como un juego en la segunda o tercera sesión, y que adoptó como regla de vida. Las amigas se lo tildaban de obsesión. Pero a ella eso poco le importaba.
-Pero… ¿qué anotás? Todo el día con esa libreta… También podrías tener algo más moderno, un BlackBerry…
No era lo tecnológico lo que le importaba, sino describir como se sentía a cada instante. Una especie de análisis para ver cuál era el balance diario, mensual, anual…
Si el colectivo tardaba, ponía: Ansiedad… Si llegaba tarde: Rabia… Si recibía un regalo, depende… Una flor, en la calle, en el día de la primavera la desorientaba….primero ternura, pero al instante, se molestaba y ponía: interés comercial.
Si era de una amiga: compañía… de un amigo: sospecha.
Obviamente, no podía vivir así. Lo más insólito era que cuando sucedía algo que la ponía al borde de la ira, se serenaba, tomaba  la libreta de su bolso y anotaba.



La vez que chocó con su auto, y bajó furiosa con ganas de matar al dueño de la combi que no frenó, fue muy gracioso verla volver sobre sus pasos tranquila hasta anotar, y ahí sí, recuperar la vehemencia original.
Pero ese “Desconectar” aquella madrugada volvió a llevarla a un terreno conocido y deprimente.
Trató de consolarse inútilmente, mientras se desvestía para meterse en su cama, con esas estúpidas frases de almanaque como las de  “todo final de alguna cosa es el principio de otra”… ¡no había libretita que valga! ,era Verónica con la más Verónica de todas.
Se hablaba y se contestaba. En voz alta. Hasta se diría que cambiando las voces, para asumir que se estaba interrogando.
-¿Me podés explicar qué carajo te pasa?
-Epa! No me trates así…
-Te trato como me viene en gana… te veo y me siento mal… ¿decime que mierda se te metió en la cabeza?
-No sé… me siento una boluda… otra vez.
-¡Es que sos una boluda! Ya estás grande, che…
-Sí, ya sé… pero me cuesta…
-No te entiendo… pensar que los que te conocen, te ven linda, bien, segura… no te entiendo
-Sí, ya sé…
-y no me más digas “si ya sé…” como un lorito, haciéndote la tonta… no te banco en ese papel.
-Pero a la gente le cae bien.
-¿Ah sí?
- Sí, así muchos me aceptan más … no soy la distinta …
-¿Y vos, Vero? ¿Te aceptás vos? No podés mantener siempre una postura para “caer bien” Sos una hipócrita.
-¡Pará!
-No paro nada, bancátela. No es nuevo esto para vos.
-Es muy difícil para mí…
-Entiendo que te duela, pero mentir y mentirTE es de hipócrita, te guste o no. A ver… ¿Quién fue el único tipo que te conoció tal cual sos?
-Fernando. Lo extraño. Mucho.
-¿Y porque lo perdiste, boluda? ¿Sabés que lo perdiste vos, no…?  no te engañes…
-Sí, ya sé…
-¡Basta! Ya fue igual…
-Es que él era tan bueno, que pensé que si yo cambiaba…
-Sí, claro, pero a él lo que le gustaba era lo tuyo. Lo archivaste y te convertiste en algo que no sos. ¡¡Y dejá de llorar, haceme el favor!!
-Bueno, ¿Qué querés?
Y así terminaba esta lucha interna consigo misma. Ojos rojos, pañuelos de papel por toda la cama, y quedarse dormida abrazada a un viejo oso que Fernando le había regalado.
Un nuevo final. Inesperado. Y encima peleada y furiosa con ella misma. Sin solución. Ni con quien compartirlo. Desahuciada. Vacía. Sin alma.
Razonar sentimientos. Ahí radicaba su mal. Era más fuerte que ella. No podía dejarse llevar por pasiones descontroladas.
Hasta que…
-Perdoname… ¿acá para el cincuenta y tres?
Verónica se sacó los auriculares, se levantó los lentes oscuros, abrió los botones superiores de la campera, que le tapaban hasta la nariz, miró para ambos lados primero y luego le pidió que le repitiese la pregunta.
-¿Qué bombón?
-¡Ja! Esteeee… bueno… gracias!, eh, no, solo, nada, que te preguntaba si acá paraba el colectivo que te lleva hasta Morón…
-No tengo la más pálida idea, pero juro que averiguo… esperá. Ya mismo.
De pronto sintió que algo muy distinto a todo lo conocido le estaba pasando. Una luz muy poderosa se adueñó de ella. Vibró con esa voz, con sus ojos, con la mano que él le puso en el hombro para frenarla cuando iba en búsqueda de respuestas “colectiveras”.
-No, deja… me arreglo solo.
-¿Por qué? Si yo te puedo ayudar… ¿solo? Digo… estás sol…?  No. Si arreglarte solo signifi… nada, nada… no me hagas caso, soy medio desastre… pero te ya averiguo…
-Ja ja, sos divertida ¿eh? Y gracias por lo de ¿bombón? Lindo… me gusta… pero vos sos muy linda también y no dije nada… ¿Hasta dónde vas? Tengo tiempo, te acompaño y después vemos…
-Voy al centro, nada que ver con Morón… pero dale, me encantaría.

Así, a partir de esa mañana de Agosto, justo en una esquina de Buenos Aires, Verónica se encontró con la Verónica que ella era. Y ahora sí, junto al “Señor Morón” como ella lo llamó desde aquel día, confirmó que “todo final de alguna cosa es el principio de otra”.

                                                                                                                                                           Jorge Laplume





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